Hablar de aspectos que hacen estrictamente al juego como ser su costado técnico, táctico o mental es adentrarse en el rugby mismo, pero no en su esencia como deporte formativo.
Por ello, entiendo que el punto de partida para quienes integramos la gran familia del rugby es mantener su espíritu y conservar aquellos principios fundacionales que lo hacen absolutamente distinto y único.
Así, podrán cambiar las reglas, las tácticas o estrategias; podrá cambiar su forma externa o su fachada, pero en su esencia seguirá siendo siempre el mismo.
El rugby – hay que decirlo – es hoy un deporte distinto. Muchas cosas han cambiado a su alrededor. El dinero, los intereses económicos, la fama y los privilegios son moneda corriente y deambulan por el deporte con sobrada naturalidad. Pero está en nosotros – vinculados al juego – cultivar la inteligencia y la sabiduría de poder cambiar nuestras ideas sin renunciar ni modificar nunca nuestros ideales.
Empecemos entonces por el principio que no es otro que el origen del rugby como deporte.
El rugby nace en el siglo XIX como instrumento para disciplinar a los jóvenes ingleses, poco apegados al cumplimiento de normas y reglas.
Así, casi mágicamente, aquel instrumento magnifico ideado en la Escuela Pública de la Ciudad de Rugby se multiplicó de manera magistral por colegios y universidades de Inglaterra y logró llegar casi inalterable hasta nuestros días.
El rugby ha sido concebido desde siempre como un instrumento de cambio, como un elemento transformador de la realidad de quienes lo enseñan o practican.
El rugby es un deporte formativo y ese valor constituye su elemento distintivo por excelencia, lo cual lo hace absolutamente único en el universo del deporte.
Está claro que el rugby ha tenido un progreso ininterrumpido y una evolución notable a través del tiempo.
Suficiente es observar el grado de crecimiento y evolución como deporte para darnos cuenta de su real magnitud, hasta convertirlo en el tercer acontecimiento deportivo más relevante de este planeta, tan solo detrás del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.
También es incuestionable que de la mano de sus nuevas reglas el rugby ha crecido como espectáculo, con mayores televidentes y espectadores cada día.
Pero, al margen de ese panorama tan gratificante y alentador para cualquier hombre del rugby ¿qué sería de este juego sin su poder de transformación?¿Qué sería del rugby sin su capacidad para transformar la realidad de la gente?
En efecto, de poco serviría su alocado crecimiento y difusión por el mundo si el rugby no continúa siendo una herramienta transformadora.
Es saludable pretender su desarrollo y crecimiento, y es lógico también aspirar a que el rugby genere adeptos y simpatizantes por todo el mundo, pero de nada serviría si no va acompañado de su elemento distintivo.
Sin ese valor agregado que lo hace único, sin ese distintivo que lo eleva y enaltece por sobre el resto, el rugby se convertirá indefectiblemente en una disciplina ordinaria, ni más ni menos importante que otras tantas en el universo del deporte.
Sabemos ciertamente que el rugby es mucho más que un deporte; es, por sobre todo, un medio para formar y educar a las personas, un instrumento para relacionarnos y un vehículo para evolucionar como personas sociales.
Está claro que convivimos a diario en un mundo contaminado, repleto de jóvenes sin rumbo, ni ideales; con individuos carentes de objetivos y sentido de identidad.
Para todo ellos, el rugby puede representar un escape. Puede significar una brújula que guíe y orienta la conducta de los jóvenes en medio de tanto barullo y desorientación.
Conservar los principios fundacionales de este deporte constituye hoy el punto de partida, porque está claro que un rugby huérfano de valores e ideales no sirve como herramienta transformadora.
Como hombres de rugby, ese el verdadero desafío que tenemos por delante.
Aquella monumental obra iniciada en 1823, que logró transformar la realidad educativa de Inglaterra a través del rugby, es la que nos pone a prueba casi dos siglos después. De nosotros depende mantener al deporte al margen de la crisis y en condiciones saludables.
Por Sebastián Perasso