Las circunstancias que jalonaron el camino de la victoria de Jaguares, la suma de las adversidades y el desenlace dramático hubieran sido dignos de mención y de ponderación en cualquier caso, pero no lo suficiente como para que se diluya el ingrediente primordial: que el rugby argentino vivió un día histórico.
Un día histórico por lo glorioso y glorioso por su carácter fundacional.
Si eso se perdiera de vista, se perdería de vista la saludable posibilidad de rendir tributo al acontecimiento y lo que quedaría, entonces, sería apenas el amargo fruto de una extraviada injusticia.
Dicho de otro modo, el hecho de que Jaguares haya consumido muchos minutos de su debut en una especie de desenfreno saboteador frente a un adversario módico, y haber cometido los errores suficientes como para estar en desventaja por un amplio score, supone a lo más el trazo grueso de una anécdota.
Desde luego que la remontada tuvo sabor y sustancia y desde luego que el alto voltaje del segundo tiempo en general y de los últimos minutos en particular expresó una suerte de novela Puma, copiosa en sudor, en adrenalina y en suspenso.
El triunfo, en todo caso, dispensó una recompensa al esfuerzo y las consabidas sonrisas de toda empresa que llega a un final feliz.
Pero el viernes en Bloomfontein había en juego algo mucho más grande y si quiere autónomo del resultado del partido, algo gigantesco y sustantivo, un universo en sí mismo: el salto del rugby nacional a una fragua de elite que amén de proteger los peldaños ya logrados dotará de estructura, exigencia y persistencia los peldaños por perseguir.
Es cierto que de la mano de los jugadores franquicia de la UAR se despidieron del seleccionado argentino algunas figuras sobresalientes y con mucho por dar todavía, pero tal como repondría alguna sabia señora conversadora de verdulería, todo no se puede en la vida, a veces hay que elegir y en cada elección algo se pierde, se quedan cosas, valores en el camino.
Que de eso se trata, que de eso van estas líneas: el bautismo en el Super Rugby puede ser definido y adjetivado de muchas formas, pero entre ellas hay una que encaja como anillo en el dedo: asistimos a un rozagante hito.
Un hito en su vertiente más fecunda; eslabón, señal, parte de un todo vasto, bandera que establece el antes de un después que se pretende luminoso.
Jaguares, en fin, se propone como la flamante versión de un genuino salto de calidad que a la vez que asume el desafío de testimoniar sus propias virtudes contiene las virtudes de todo lo ya atesorado al servicio de un horizonte mayúsculo.
No ha sido escrito hasta aquí, pero ya urge, es hora: la espléndida piedra bautismal de Jaguares en el Súper Rugby, que de un modo estrecho se vincula con la no tan lejana piedra bautismal en el Rugby Championship, bien que merece la congratulación de la comunidad albiceleste en su conjunto: sería imposible reponer la épica del deporte argentino sin abrir el libro del oro del deporte de la pelota ovalada y desandar el camino de las gestas que hace poco más de medio siglo nacieron en el Ellis Park de Johannesburgo.
POR WALTER VARGAS