Un hombre del rugby. Sí, con esta frase también se puede reconocer a Daniel Carbonell. Una gran trayectoria como jugador, dirigente y una sobresaliente actuación como entrenador durante muchos años, respaldan a la persona que dejó su huella y cautivó de manera exorbitante los corazones de los simpatizantes del Paraná Rowing Club.
En una charla muy amena en su oficina, “el remero de toda la vida”, como propiamente se reconoce por su pasión hacia la camiseta distinguida por el celeste y blanco, dialogó y expresó sus sensaciones sobre diferentes situaciones que forjaron su camino detrás de la línea de cal.
-¿Cómo definís tu vida deportiva y tus primeros pasos en ella?
-La transité muy intensamente. Mis primeros pasos fueron en Estudiantes, pero mis deseos de ser remero, sin dudarlo, me llevaron al Paraná Rowing Club.
-¿Cuál fue el momento clave de tu carrera?
-Cuando tomé las riendas del seleccionado mayor de la Unión Entrerriana de Rugby, fue un clic y un quiebre en mi cabeza. Me di cuenta que para ser verdaderamente entrenador de un equipo, debía capacitarme. En ese momento, me impactó y realicé un punto de inflexión, dónde decidí encarar por otro lado.
-Y, ¿cómo continuaste?
-Esto, me llevó a recorrer muchos lugares del mundo, intentando introducir todo el conocimiento posible. Sudáfrica fue uno de los destinos y estuve mucho tiempo, en el cual me demandó días y días, e incluso meses, fuera de mi casa. Me sirvió muchísimo, porque pude volver y aplicarlo eficazmente en el club. El ascenso a Primera es un gran reflejo.
-Pero, no debe ser sencillo asumirlo…
-Lo importante es reconocer que, haber sido jugador no te habilita ser entrenador. Siempre hay que capacitarse. En otros tiempos, las capacitaciones no se desarrollaban como se produce actualmente. Hoy, es más fácil y todos aquellos que tienen la posibilidad, tienen que hacerlo.
-¿Qué es lo más complejo de esas situaciones?
-Darse cuenta y aceptar que te falta pulir algunas cuestiones, es una de las cosas más difíciles que existen. Hay que saber enseñar, y cuando uno se capacita, encuentra los recursos y los tiempos adecuados para aplicarlo. Creo que, es la clave fundamental para poder transmitir.
-¿Qué te sorprendió?
-Me marcó la ignorancia que tenía sobre el rugby cuando tuve acercamientos a gente de la elite del deporte. Recuerdo concretamente una anécdota con Raúl aspirina Pérez que, me dijo: “Che Taincho, vas a tener que hacer algo porque no entendés nada del rugby moderno” –deslizó entre risas-. En un momento lo percibía porque miraba el juego y había partes que no entendía. Fue un proceso muy duro e intenso.
-¿Qué te marcó en aquellas capacitaciones?
-Tener la oportunidad de capacitarme con el staff de los Springboks, fue una gran experiencia. Me di cuenta la gran diferencia entre la preparación amateur y profesional. Llevamos adelante 21 días de couching intensivo que me abrió totalmente la cabeza.
-¿Cómo ves a los jugadores actualmente?
-En la actualidad, existe un gran déficit para mantenerlos entusiasmados. Pienso que, un factor clave para que el entusiasmo perdure es el conocimiento. Si tenés un grupo y le manifiestas adecuadamente aquello que sabes, el jugador se motiva, entrena y sale hacia adelante porque los resultados se comienzan a ver rápidamente. Sin embargo, eso no alcanza. Detrás de todo ello debe estar un club, donde hay muchos valores que se deben rescatar o demostrar claramente. Muchas veces, la vorágine por ser competitivos lleva a que se deje de prestar atención en algunas condiciones humanas, en la formación de la persona. Es complicado encontrar elementos de nexo en el equipo, para que cada día sea más divertido pertenecer a un grupo determinado.
-¿Qué es lo más importante en un grupo?
-La formación humana es fundamental. Naturalmente existen líderes y diferencias generacionales en un grupo y distinguir las personas que pueden encabezar el conjunto te permite emplear un buen manejo de los demás. Un gran entrenador debe saber interpretar esos aspectos. Además, desde las juveniles, siempre se debe tratar de instalar los valores porque es uno de los puntos motivacionales más importantes. El valor de ser parte de un ámbito o un lugar es muy importante, ya que, te lleva a entregar sin esperar absolutamente nada a cambio. Se tendría que pregonar: dar, divertirse y buscar el éxito deportivo mediante estas acciones.
-¿Y en un jugador?
-El ego es el factor motivacional más importante, pero a su vez, es el más complejo de contrarrestar. Lo ideal sería interiorizar para mejorar que, la vida en el rol que se ocupe, se vea como una escalera sin fin hacia arriba. Entonces, los éxitos son interpretados como un escalón que se sube y te hace ver la mejoría para encontrar nuevos objetivos.
-Muchas veces, culmina afectando a diferentes miembros de la entidad…
-En algunas situaciones, el dirigente pierde el rumbo y no se da cuenta que lo más importante es lo que sucede en la cancha y lo demás es un complemento. Se ha podido ver miserias de parte de los cabecillas, en la cual priorizan cosas externas y dejan de lado a un cuerpo técnico, al grupo de jugadores que los representa o la infraestructura del club.
-Tácticamente, ¿Cómo te identificas?
-Tengo una debilidad y me fascinan los elencos con una defensa sólida. Demuestra la fortaleza, asimismo, te otorga resultados positivos de inmediato. La defensa es la clave del éxito. La evolución del rugby se trata en la mejoría defensiva.
-¿Algo que te gustaría cambiar de tu carrera?
-Si tendría que realizar una crítica a mi gestión, tengo que decir que me enfoqué más en enseñar que, en el manejo de los recursos de los jugadores. Me cuestiono no haberle dado “pelota” al grueso del plantel. Para mí, estaba el grupo de los que se dedicaban y los que más me exigían quedaban excluidos. Es más, a veces no sabía los nombres de los chicos y eso fue un error grave.
-¿Pensás en volver a dirigir?
-Por el momento, no. Es un sacrificio importante, hay que dejar todo y comprometerse. Cuando dirijo, enfoco todo mi tiempo en mi trabajo, y ahora, estoy en una etapa de mi vida donde estoy disfrutando de otra manera, de gustos personales. Quiero dedicarme a cuidarme personalmente, por lo tanto, no sé si volvería a dirigir.