En lo largo de los últimos años, el éxodo de jugadores entrerrianos principalmente hacia Europa, cobró seria notoriedad. La mayoría migra con la intención de cambiar de aire, mudar su estilo de vida y sobre todo, con el afán de transformar su pasión en profesión, desempeñándose de manera rentada en su deporte predilecto.
A lo largo de la historia fueron varios -principalmente paranaenses-, los jugadores nacidos en Entre Ríos que se desarrollaron buena parte de su carrera en distintos países y a gran nivel. Entre los primeros estuvieron Marco Cuminetti, Daniel Insaurralde, Marcelo Faggi, Adrián Toplikar, entre otros. Pero los que más lejos llegaron en el ámbito profesional en el exterior, fueron Martín Castrogiovanni, Martín Gaitán o actualmente, el concordiense Marcos Kremer.
Sin embargo, no todos los que migran por razones que excedan al deporte continúan a como dé lugar, manteniendo viva la llama de la pasión por competir. Uno de ellos, es el paranaense Eial Bejar, jugador camada 1977 del Paraná Rowing Club, quien desde que finalizó sus estudios secundarios mantuvo una vida casi nómade. Sin embargo, nunca, se alejó del rugby.
Vivió en Rosario, Capital Federal, Santo Domingo, Ciudad de México y Panamá, donde hoy cuenta con su propia empresa dedicada a la seguridad, rubro en el que como licenciado en Administración de Empresas supo especializarse.
En diálogo con MIRADOR ENTRE RÍOS, el entrerriano dio cuenta de una rica historia que hoy, lo posiciona entre los jugadores salientes del rugby panameño.
-Desde que te fuiste de Paraná hiciste innumerables cosas y residiste en diferentes lugares. Sin embargo, siempre hubo tiempo para el rugby…
-Sí, sin dudas. El rugby me apasiona. Si bien no lo practiqué nunca profesionalmente, desde que comencé a jugar, nunca abandoné la práctica.
Cuando terminé la secundaria me fui a Rosario a estudiar Odontología. Allá entrené en Atlético del Rosario poco tiempo y después me fui a Universitario, equipo con el que ganamos el Torneo de M21. Como terminé dejando la facultad, volví a Paraná y seguí jugando en Rowing. Y me pasó algo muy curioso, ya que me encontré en el medio de una brecha generacional entre una camada de jugadores como Renato Sciortino, Luis Bellino, Gabriel Bourdin, Alejandro Becic, Juan Carlos Lerena entre otros y jóvenes que eran más chicos que yo, como Maximiliano Utz, los hermanos Santángelo, entre varios más.
Después de un tiempo en Entre Ríos, donde empecé a especializarme en Sistemas de Seguridad, trabajando como Instructor de Defensa Personal del Servicio Penitenciario y en el Instituto de Formación de Villaguay, partí hacia Capital Federal. Allí trabajé de guardaespaldas y jugué en Belgrano Athletic, club al que disfruté mucho.
Años más tarde me surgió una oferta de trabajo en República Dominicana y viajé otra vez. Como no había rugby en Santo Domingo, jugué al Fútbol Americano. Pero la verdad me aburrí mucho… Después volví a Paraná, alrededor de 2011, otra vez me surgió algo en Buenos Aires y después, a Panamá. Hace algunos años también me radiqué en México, donde seguí jugando y ahora, estoy de vuelta en Ciudad de Panamá, donde con 45 años todavía me siento muy cómodo dentro de la cancha.
-¿Cómo es el rugby de Centroamérica?
-El nivel de juego claramente es más bajo que el de Argentina, pero no deja de resultar muy divertido estando dentro de la cancha. Conociendo gente fui que llegué al rugby en Panamá, ya que no es muy conocido en Centroamérica, pese a que ahora está en expansión. Poco a poco fui ganándome un lugar, hasta que en una ocasión, me invitaron a jugar con la selección de Panamá. Por supuesto dije que sí. De estos hace poco más de diez temporadas. Recuerdo que jugamos el torneo de la CONSUR y nos fue muy bien. Durante un lapso posterior, fui además de jugador, entrenador. El 2016, por ejemplo, fue para mí un año increíble, en el que me eligieron además capitán en Panamá.
Acá, Pandeportes, que vendría a ser el Ministerio de Deportes de la Nación, es el órgano que sustenta los gastos del seleccionado.
En 2017 me surgió la posibilidad de trabajar en México. Y como no podía ser de otra manera, decidí seguir jugando al rugby. Con la particularidad que en México jugué también con mi hijo, Eitan, quien hoy tiene 20 años y vive conmigo, mientras que mi hija, Maian, de 22, vive en Paraná. Jugar con Eitan fue algo que disfruté muchísimo, sin dudas. En 2018 y 2019, con el Black Thunder salimos en México bicampeones invictos.
En Centroamérica hay mucho por mejorar, físicamente los jugadores van evolucionando y de a poco se sigue trabajando para progresar en la Competencia, sumando marcas que apoyen a los torneos y clubes.
-Pese a la edad, ¿todavía sentís que hay cuerda para rato?
-Sin dudas, porque la verdad que me siento muy bien físicamente. De hecho, ahora en Panamá estamos haciendo entrenamientos de alto rendimiento y nos estamos poniendo muy realmente a tono. En el equipo incluso, hay un compañero que es unos años mayor que yo. Mientras lo siga disfrutando, seguiré jugando.