La vida puede dar miles de giros. Algunos esperados, otros no tanto. Los sueños de un niño pueden ser desafíos para un adulto o bien, quedar truncos porque en el camino ocurren cambios, variantes.
Joaquín Scarinci, hijo de Fabián y Florencia; hermano de Camila (28) y Felipe (12), es un concordiense que prácticamente desde su niñez empezó a estrechar vínculos con los deportes y a demostrar un talento innato para la práctica.
El tenis fue su primer amor y lo llevó adelante con éxito durante mucho tiempo. Entre otras disciplinas que alternó, continuó con el fútbol, que le estableció un antes y un después en su adolescencia y lo movilizó por completo. Inclusive, hasta de ciudad de residencia. Sin embargo, años más tarde se acercó al rugby y no se alejó más.
Actualmente, el ‘Ruso’, con 27 años, disfruta a pleno el deporte de la ovalada en el Club Tilcara, entidad a la que arribó casi de manera casual pero donde se siente hoy como en su casa.
En diálogo con MIRADOR ENTRE RÍOS, Scarinci dio cuenta de su vida.
PASO A PASO
-¿Cómo fue tu tránsito por el fútbol, deporte a través del cual arribaste a Paraná?
-Todo se fue dando fluidamente. En Concordia, yo era parte de una camada de jugadores de fútbol muy buenos como Marcos Senesi, Lucas Robertone, Eric Ramírez, Germán Guiffrey o Leo Godoy. Estar en un equipo junto a ellos, me sirvió muchísimo. Yo era muy sacrificado y había comenzado a jugar más bien de grande, alrededor de los 13 años. Otro de los que jugaba también, que era arquero, era Marcos Kremer.
Cuando yo tenía 16, jugamos con mi club, Salto Grande, un importante torneo nacional. Allí nos vieron y a cuatro o cinco de nosotros nos ofrecieron una prueba en Patronato. Fue entonces que vine a Paraná, me probé y quedé en Patrón. Sin embargo, no recuerdo bien porqué, no me podía fichar. Así que venía una semana por mes a entrenar en Patronato. Me estaba yendo bien, por lo que al año siguiente, allá por 2014, tenía que tomar la decisión si seguía en Concordia o ya me instalaba en Paraná. Y finalmente me instalé en Paraná, por lo que tuve continuidad en Patronato y terminé la secundaria en la Escuela Normal. Ese año fue muy bueno. Jugué con la Quinta y Sexta en las inferiores de AFA durante toda la temporada.
-Considerando tu carrera como futbolista, ¿a qué se debe el arraigo tan fuerte que tenés hoy con el rugby?
-Aún de adolescente, si bien tenía chances de jugar en la Liga, de Patronato me fui a Belgrano, donde me subieron a entrenar y a jugar con el equipo del Federal B. En ese entonces ya había terminado el colegio y había empezado a estudiar psicología, donde lo conocí a Jerónimo Arnau, jugador del Club Tilcara de toda la vida. Él siempre me insistía en que me vinculara al rugby. En un principio, no le daba mucha bolilla.
Seguí con fútbol, me fui a pasar las fiestas de aquel año con mi familia a Concordia y al volver a Paraná, me reuní con Jero a preparar una materia para rendir y volvió a insistirme para que practicara rugby. Por lo que de manera desafiante, le planteé que si me traía medias, short, camiseta de rugby y me buscaba, iría. Pasaron pocos minutos y lo tenía de vuelta en casa con un bolso, tocando bocina. Me sumé a Tilcara con aquella primera pre-temporada y desde allí, no dejé más. Encontré de hecho la contención que antes no percibía en el fútbol. Finalmente, por otro lado dejé psicología, me cambié a la carrera de acompañante terapéutico y me terminé recibiendo, lo que también me ayudó mucho en este caso con la inserción laboral.
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-¿Cómo fue tu adaptación de un deporte al otro? A excepción de las reglas, ¿por dónde considerás que radican las principales diferencias?
-Fue progresiva. El primer año de rugby, empecé a jugar en Pre-reserva y de a poco me fueron subiendo a Reserva, hasta debutar en Primera. Ese año ascendimos a la máxima categoría del Torneo Regional del Litoral.
La diferencias físicas son grandes. Con el rugby subí unos kilos, lógicamente. En mi primer año, lamentablemente me rompí los ligamentos cruzados. Siento que el fútbol me pasó factura. Es decir, la transición de un deporte con movimientos rotativos, de giro y freno, a otro con movimientos más lineales. Al año siguiente volví y me rompí la otra rodilla. Sin embargo, seguí adelante. Ese fue un gran aprendizaje que me dio el rugby. Y después por supuesto volví y seguí. Nada me genera tanto entusiasmo como la competencia en sí misma.
Mientras que recuperaba de esta última lesión, me invitaron a que me sumara a dar una mano en las divisiones juveniles. Ahí también hice el curso de referee, más que nada para interiorizarme con el reglamento del rugby.
Creo que otra diferencia clave y no la considero menor, es la faz social, el hecho de vincularse entre compañeros y rivales al término de un partido, por ejemplo, es algo que no noté en el fútbol y que es a la vez muy importante para el rugby.
Hoy, puedo decir que estoy disfrutando al máximo la manera que vivo el deporte y los amigos. No podría quejarme.