Días atrás, integrantes de la camada ’98 de Capibá Rugby Club se reunieron junto a la cancha principal de la institución para concretar un acto profundamente simbólico y sentido. En el marco de un nuevo aniversario del fallecimiento de Franco Sarli -su compañero, su amigo, su hermano de la ovalada– plantaron un árbol. No uno cualquiera, sino un Katalpa, elegido por lo que representa: vida, refugio, resistencia, crecimiento.
El gesto fue sencillo, pero cargado de emoción. Con la complicidad silenciosa de quienes comparten una historia común, los integrantes de aquella camada que compartió cancha y momentos inolvidables con ‘Franquito’, encontraron una forma de hacer presente su memoria de manera tangible. Ese lugar, donde el árbol fue plantado, fue señalado como “el punto de encuentro de la camada ‘98”, un rincón del club que, desde ahora, será mucho más que eso: un altar natural de recuerdos y afectos.
UN ÁRBOL CON ALMA: EL SIMBOLISMO DEL KATALPA
La elección del Katalpa no fue azarosa. Esta especie, originaria de América del Norte, posee un fuerte contenido simbólico en diversas culturas. Se la vincula con la prosperidad y la abundancia, gracias a su rápido crecimiento y sus grandes hojas; con la protección y el refugio, ya que su copa frondosa ofrece una sombra generosa; con la conexión espiritual, por su uso en rituales por parte de pueblos originarios; y con la resiliencia, por su capacidad de adaptarse a diferentes condiciones climáticas.
Además, tiene una riqueza cultural que lo convierte en algo más que un simple árbol ornamental. En la medicina tradicional, por ejemplo, se han utilizado partes del Katalpa -como la corteza y las semillas- para tratar afecciones respiratorias y otras dolencias. Y su presencia en jardines y parques siempre ha sido celebrada por la belleza de sus flores vistosas y fragantes.
Pero más allá de todas esas cualidades, lo que le da verdadero valor a este Katalpa es lo que representa para quienes lo plantaron. En diálogo con Mirador Entre Ríos, Francisco Galetto, exjugador de Capibá y uno de los referentes de la camada, expresó:
«El árbol es una manera de tener presente a Franco, pero también de volver a mirarnos entre nosotros. Cada vez que vengamos al club y pasemos por ahí, va a estar él, pero también vamos a estar nosotros. Y eso vale mucho. Porque cuando se va alguien tan joven, uno siente que la historia quedó incompleta. Pero estos gestos, de alguna manera, la siguen escribiendo.»
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EL RECUERDO QUE SIGUE CRECIENDO
Franco Sarli falleció en el año 2018, con apenas 19 años. Su partida fue un duro golpe para el grupo y para toda la familia de Capibá Rugby Club. Desde entonces, su recuerdo ha estado siempre presente. Y en las últimas semanas, su nombre volvió a latir con fuerza.
En lo que hubiera sido su 27° cumpleaños, el Plantel Superior del Amarillo organizó una emotiva ceremonia. En ella, le entregaron a su papá, Mario Sarli, una camiseta del club con el número 7, el que Franco solía vestir como tercera línea. La entrega fue simple, sin discursos rimbombantes, pero con el respeto que nace del corazón. Hubo aplausos, abrazos y alguna lágrima imposible de contener.
El homenaje con el Katalpa, entonces, se inscribe en esa misma línea de memoria activa, de reencuentro, de homenaje constante. No se trata de nostalgias paralizantes, sino de gestos que revitalizan el vínculo entre quienes compartieron una etapa de la vida que los marcó para siempre. El rugby, en ese sentido, es mucho más que un deporte: es un espacio de pertenencia, de comunidad, de historias entrelazadas.
Y quizás por eso este árbol tiene tanto valor. Porque crecerá allí, al costado de la cancha principal, donde tantas veces Franco corrió, defendió, festejó y se abrazó con sus amigos. Porque será testigo de nuevas camadas, de nuevos partidos, de nuevas historias. Pero siempre con sus raíces bien ancladas en ese pasado compartido que lo trajo hasta ahí.
Capibá Rugby Club no solo forma jugadores. También forma vínculos que, como los buenos árboles, crecen con el tiempo. Y en ese rincón de sombra fresca y memoria viva, la camada del ‘98 dejó plantada una prueba de eso. Una señal de que, mientras haya alguien que recuerde, nadie se va del todo.