Avanzar

La particularidad de que la meta a vulnerar tienen todo el ancho de la cancha, pone al rugby en un sitio realmente particular. Y más cuando, en la reciproca, obliga al equipo adversario a controlar esa misma anchura. En síntesis, las dos escuadras atacan el espacio que los separa, lo distintivo es que uno tiene la pelota y el otro no.

Pero los dos atacan. Nadie espera que las cosas sucedan, por el contrario, todos crean las condiciones para que las cosas sucedan. En la lógica entonces, la pasividad no existe. Y es así, porque cada instante del juego es propicio para lanzar el movimiento en procura de vulnerar, y dichas maniobras, individuales o de conjunto, se producen teniendo o no el poder de la pelota. Y ambas situaciones deben estar desarrolladas con el máximo de calidad para que realmente consigan el objetivo. Un ejemplo: no es lo mismo que un scrum avance, o permanezca estático, o retroceda. Esto es, también, teniendo o no el poder la pelota. Otro ejemplo es que la calidad en el tackle se consigue cuando realmente el tackleador detiene al hombre adversario de tal manera que éste no pueda pasar la pelota, procurando así negar la fluida continuidad del movimiento. Esto obliga al tackleado a echar mano a otros recursos. Es este punto, el de los recursos, el que realmente distingue a una escuadra de la otra. Y pongo en el bagaje de los recursos el aspecto esencial que es el temperamental y es por lo dicho hasta aquí: el avance se concreta con o sin el poder de la pelota.

Por Jorge Mazzieri, desde Córdoba, especial para Tercer Tiempo

Opinión

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