Amistad, solidaridad, superación, temple y humildad son solo algunos de los valores que el rugby predica y que pusieron en práctica para hacerse fuertes ante la adversidad de la montaña aquellos recordados rugbiers del Old Christian’s Club que un día como hoy, pero de 1972, cayera en la Cordillera de Los Andes y a posteriori sobrevivieran, muchos de ellos, en condiciones infrahumanas durante 72 días, en una clara muestra de que “cuando uno quiere, puede…”
Un 13 de octubre pero de 1972, un avión que trasladaba un grupo de jugadores del Old Christian’s Club desde Montevideo a Santiago de Chile, se estrelló en la Cordillera de Los Andes. Muchos pasajeros, murieron en el acto, otros, fueron apagando su luz de vida con el transcurso de los días, mientras que algunos, lograron sobrevivir 72 días en la inmensidad cordillerana.
Este conjunto uruguayo, hizo lo imposible llevando a cabo lo impensado.
Sin dudas ha sido un caso de absoluto heroísmo, y es sumamente admirable la actitud de esos hombres que con gran arrojo demostraron que “Detrás de cada no doy más, siempre hay un puedo más…”, como dijera en una oportunidad Gustavo Zerbino, sobreviviente a la tragedia y actual presidente de la Unión Uruguaya de Rugby.
La práctica de los valores que el rugby predica y por la misma que se sostiene que éste, más que un deporte es un estilo de vida fue evidente en este caso. Esfuerzo, respaldo, apoyo constante, trabajo en equipo, levantar la cabeza siempre, no dejarse vencer por los infortunios, entre otras, son algunas de las enseñanzas que el rugby nos brinda permanentemente, y que a diario en nuestras vidas podemos aplicar.
Más allá de cualquier resultado adverso, siempre se puede. Solo es necesario un trabajo específico, objetivos claro y sacrificio mediante, para que posteriormente, los deseos se hagan realidad, y los objetivos planteados se alcancen de manera notoria.
«Ni mil palabras podrían describir la mágica sensación de haber llegado a un sitio tan remoto, dueño de una historia que recorrió el mundo y en donde los sentimientos de felicidad y tristeza se misturan al llegar, pararse y vislumbrar esa tierra cordillerana sobre la cual al grito de ¡Viven! dio cuenta años atrás de un verdadero milagro…»
Hace casi cuatro años, en una travesia que guardaré conmigo por siempre, llegué al lugar del accidente, donde verdaderamente, «el silencio aturde».
Por Gabriel Baldi, Tercer Tiempo