Esa felicidad si se puede ver, se puede avizorar a una distancia incalculable, porque esos ojos reflejan una notoriedad de alegría inmensa y con una mirada penetran cualquier sentido alguno sobre la existencia más maravillosa para ellos en este mundo.
Y así es, porque el amor de esa mirada de los viejos sobre su hijo que terminan de dejar todo dentro de una cancha por un objeto tan simple que puede ser la ovalada, pero que traspasa sensaciones que muchas veces son difíciles de comprender.
Sin importar el resultado, sin importar la situación… el amor se puede percibir en igual sentido, porque cada vez que pisan el verde césped brillan diferentes valores fundamentales para el día a día de esta vida tan cambiante. Cambiante, pero la estimación que tiene una persona es la misma.
Están contentos, con esa luz en sus caras que es conmovedora y cautivadora porque en el terreno de juego ven en sus hijos los valores que les transmitieron durante por mucho tiempo o recientemente comenzaron a forjar en ellos. Y más aún, en el momento que se dan cuenta que seguirán regidos por una filosofía extraordinaria, la filosofía del rugby.
La valentía, la humildad y el coraje de dejar todo por el otro, son sensaciones invaluables. Y seguramente en el algún momento de la crianza les dejaron enseñanzas con la intención de que sean transmitidas a sus hermanos o a sus pares.
Estas impresiones se intensifican en el tiempo que advierten la corazonada que llevan adelante en cada jugada, pero no por un hermano de sangre, sino por un par que está identificado o enlazado por una pasión.
La satisfacción de los padres se puede distinguir en cada momento, en los buenos y en los malos. Por siempre experimentan la parsimonia y la tranquilidad, porque están regidos por características que formarán a su retoño más preciado con armas fundamentales que se aplicarán en cualquier instante de esta batalla constante.
Porque están orgullosos de ellos, de sus hijos… y de esta filosofía, de este deporte encantador, orgullosos del rugby.