Héroes anónimos

Les propongo rescatar del olvido a aquellos hombres que hacen una contribución determinante para la salud de nuestro deporte. Aquellos que, navegando en el más absoluto anonimato y dentro de un mar revuelto de contrariedades, guían y conducen a sus jugadores a buen puerto enriqueciendo al rugby con sus lecciones. Ellos son los héroes anónimos de nuestro deporte y aquí los invito a rendirles su merecido homenaje.

 

Alejados de las cámaras y los flashes – siempre amigos de la fama o el prestigio – llevan adelante una labor valiosísima en el más absoluto de los anonimatos.

De espaldas a alguna consideración o reconocimiento público trabajan a destajo y disfrutan enormemente lo que hacen.

No reciben agasajos oficiales ni tampoco caravanas de fieles seguidores.

No tienen apoyos ni reconocimiento, e incluso no son depositarios de elogios o afecto desmedido. 

No generan fanáticos ni meros seguidores y no arrastran a obsecuentes o aduladores.

Están ajenos a la consideración de la prensa pues no producen alegrías emanadas de algún triunfo épico o alguna victoria memorable. Así, caminan de espaldas a la consideración general.

Sufren muchas veces la falta de apoyo y el abandono y saben – más que ninguno – de limitaciones y contrariedades permanentes.

Largos viajes, canchas e instalaciones poco acondicionadas y escasos colaboradores enarbolan un panorama sombrío.

Sin embargo, sacan pecho frente a las contrariedades y anteponen su misión y sus sueños por sobre el resto.

Ellos muestran hidalguía y grandeza, y nos enseñan ciertamente el camino a seguir.

Ellos son absolutamente indispensables en un deporte – y en un mundo – cada vez más contaminado.

Realizan una tarea monumental, una labor impostergable que no es otra que la de mantener al deporte en condiciones saludables.

Son los culpables de que el juego continúe siendo lo que ha sido siempre: una herramienta transformadora.

Me refiero a los miles y miles de entrenadores y colaboradores anónimos que con vocación y pasión cumplen su misión con encomiable esmero.

Mi carrera como jugador me permitió conocer y enriquecerme de innumerables historias de rugby (y de vida) que me han marcado positivamente. Son historias alejadas de las gestas heroicas, de las epopeyas deportivas construidas en canchas repletas.

Pude conocer el ejemplo y el desinteresado aporte de muchos entrenadores y hombres de rugby que merecen un reconocimiento y un elogio por su trabajo.

Las historias de rugby vividas en innumerables giras de mi infancia y juventud, me permitieron conocer el valioso aporte que realizan.

Historias como las del club Sixty de Resistencia, Chaco; de Aranduroga de la ciudad de Corrientes, del club Urú Curé  de Rio Cuarto, Córdoba; del club Rivadavia en la provincia de Mendoza, o del Puerto Madryn Rugby Club en Chubut, son tan solo unos pocos de los tantos ejemplos que enaltecen y engrandecen al deporte con sus lecciones. 

Siempre nos recostamos en historias deportivas construidas dentro del campo de juego. Por ello, muchas veces no posamos nuestra atención fuera del perímetro de un estadio. Allí afuera, hay muchas otras actuaciones memorables que también merecen ser contadas. Son las historias de nuestros héroes anónimos, historias que son dignas de valoración y reconocimiento.

No se trata aquí de desmerecer la labor deportiva de nuestros jugadores más notables, responsables éstos, de las epopeyas deportivas y gestas históricas de nuestro rugby, porque son – en rigor – dos mundos absolutamente distintos.

Unos construyen y edifican alegrías duraderas, otros en cambio entregan emociones fuertes pero pasajeras.

Unos edifican una sociedad mejor, otros nos transmiten honor y orgullo.

Unos construyen prestigio deportivo y otros conservan la esencia del deporte y logran dejar una huella.

Ambos se sientan sobre actuaciones colosales que nos llenan de satisfacción y legítimo orgullo. Cada uno a su manera construye un deporte mejor.

Desde esta pequeña tribuna brindo un merecido homenaje a todos aquellos entrenadores y hombres de rugby que enriquecen al rugby con sus lecciones…

Por Sebastián Perasso

Opinión

Leave a Reply