En el partido de fútbol por TV, luego de que el árbitro castigara con penal la falta del defensor, el relator acotó que la ausencia de protesta del castigado corrobora que la falta existió. Sobran ejemplos en ambos sentidos: el de la falta cometida y el del inexplicable comentario desde el micrófono.
POR JORGE MAZZIERI
En otros deportes, el sólo sonido del silbato y la señal del árbitro indicando la infracción es suficiente, y es porque la ausencia de la protesta es una de la leyes no escritas en la práctica del deporte. O debería serlo. Entonces, tras la sentencia, en silencio todos los participantes ocuparán sus respectivos lugares para dar a continuación el paso siguiente disponiéndose así a la prosecución del juego. En el fútbol sólo en muy pocas oportunidades el árbitro muestra la tarjeta amarilla al que protestó, pero eso sí, sólo si lo hizo airadamente. Sin embargo, de hecho, mayoritariamente sucede que por el contrario, el hombre del silbato tiene que aguantar, de manera estoica, el remolino a su alrededor de los que intentan lo que es irreversible, un cambio en la decisión de ese señor. Su tarea central, recordemos, es precisamente ayudar a que el encuentro pueda desarrollarse con la cordura que dictan las leyes: escritas y las otras. También en ese deporte muy pocas veces el jugador caído se levanta de manera inmediata. Siempre esa alternativa, la de ir al suelo, es utilizada para hacer tiempo. A veces las muestras de dolor hacen pensar en que lamentablemente ese deportista tendrá que ser reemplazado. No, tras el ingreso de los auxiliares, el “herido” se levanta y sigue como si nada le hubiera sucedido. Son las reglas del “ventajeo” que, por supuesto, tampoco están escritas. Extenderle la mano al caído para ayudarlo a levantarse es otra de las leyes no escritas. La nómina es larga. Pero permítaseme refrescar algo referido a la salud que otorga la práctica deportiva y que fue explicitado en el año 1850 en “Punch” y dice:
“Sportsman es aquel que no solamente ha vigorizado sus músculos y desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que, en la práctica de ese ejercicio, ha aprendido a reprimir su cólera. A ser tolerante con sus compañeros. A no aprovechar una vil ventaja. A sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa. Y llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés”.