Llegué cansado de la escuela, más bien un poco agobiado. Era bastante usual, tenía algunos problemas en mis reacciones, supongo que las mismas se generaban por las burlas hacia mi apariencia, mi entorno social… o no sé, pero la verdad… la pasaba mal.
Como cada viernes, me fui a la casa de mi abuela con mis padres, en busca de paz. Siempre me acostaba en lo que era para mí, una mágica hamaca paraguaya. Esa que me permitía irme a través de mis sueños. Esa hamaca me dejaba volar. Esta vez, mis sueños me llevaron lejos, aún no sé donde queda ese lugar, pero comencé a caminarlo por el costado de una hermosa casa con un jardín todo arbolado y divisé que en el medio de tanto verde se asomaba una pelota ovalada. Las puertas estaban abiertas y después entendí… ¡Que lo iban a estar siempre!
Cuando me dirijo a buscarla, escucho las voces de unos niños y al mirar hacia arriba no sólo veo el cielo sino unas haches, unos postes bien altos. Niños jugando, libres y felices. Es sólo un sueño, me repetía. Agarré fuerte esa pelota, como si hubiese sido mía desde toda la vida y me acerqué a aquél sitio. Siempre alguien te guía o te ayuda para encontrar el camino.
Me topé con muchos de ellos, me vinieron a recibir, aún con los ojos llorosos recuerdo las primeras palabras que oí. Gracias, sos bienvenido. No hay mayor satisfacción que recibir el pase de un amigo. Si tus pasos o tu corazón te trajeron hasta aquí… ¡Por algo es!
Jugamos al rugby, ¿sabés porque? Porque amamos éste deporte, porque aún siendo pequeños, aquí hemos encontrado la certeza en nuestro corazón, porque estamos llenos de amigos . ¿Vales mucho, lo sabías? No pude responder, lloré y me quedé mudo.
Sinceramente no estaba acostumbrado ni a que me lo digan ni a sentirme así. Lo único que hicieron fue poner sus manos en mis hombros. Apareció un entrenador y me dijo: «Llora cuando duela el alma, pero jamás abandones! Adelante, saca tus miedos y dime, ¿donde estarías?»
No lo dudé ni un segundo, quería quedarme ahí hasta mi último respiro. Lograr la felicidad puede más que el orgullo resonaba en mi mente una y otra vez. «Las viejas glorias no se olvidan», fue otra de las frases que escuché en ese tiempo. ¿Como abandonar esos momentos tan maravillosos en donde las sonrisas, la amistad y el juego te hace sentir la persona mas plena del universo? Me puse a jugar, como si me lo hubiesen enseñado desde que nací, siempre me sentí incluido, querido, respetado y ésa actitud me dio mucha seguridad. Fui feliz dentro de esa cancha, a pesar de los retos, que en realidad eran límites.
Me enseñaron a amar la libertad de ser yo mismo en todos los ámbitos y facetas. Cuando me faltó valentía, se las pedí a mis amigos y nunca me fallaron. Qué importante es cuando todos empujan para un mismo lado y con un mismo fin… así deberíamos hacerlo todos los días. Sería hasta más fácil concretar los sueños.
Mi amigo se bancó los tackles para que yo pudiera sentir la emoción de hacer un try, porque yo siempre amé correr. La verdad por momentos quedaba atónito. Ahí se acercaba de vuelta el entrenador, siempre en el momento justo. Me susurró al oído: «Si te pone feliz ver crecer al otro, estás entendiendo el sentido del rugby, el sentido de la vida, el sentido de todo». No me llevé medallas de gloria en ese partido, tampoco a nadie le importó el tanteador, pero mi alma desbordó, disfruté de cofradía, disfrute de un tercer tiempo, entre risas y recuerdos que quedarán tatuados en mi corazón.
Me impresionó el tamaño de la entrega, lo fuerte de las convicciones, esa tremenda lucha y compañerismo por esa amada ovalada, esos abrazos que parecen interminables. Me regalaron mi querida ovalada… y me desperté. Me desperté de ese mundo que jamás hubiese abandonado, con un inmenso nudo en la garganta, en ese sueño aprendí tanto, aprendí que no debo sentirme derrotado, todo lo contrario debo ser tenaz, siempre perseverante, porque cuando decaiga recordaré lo aprendido y no me faltará coraje.
Sé que estén mis amigos, mis «hermanos» para auxiliarme. Es fácil recibir… ¡Y no es nada difícil dar! Mi padre se acercó sigilosamente. No me preguntó demasiado pero tuve la necesidad de abrazarlo y decirle todo lo que había soñado. Secó mis lagrimas y me dijo: «Si no lo sueñas, no sirve. Si vivís es para luchar, si luchás que sea por tus sueños y por ser feliz. No claudiques, porque de eso se trata el que te vuelvas diferente. No permitas que nadie te robe tus sueños». Lo intenté… y lo conseguí.
Encontré mi lugar al lado de quienes tanto amo, mi pequeño y enorme lugar en el mundo. Mi instinto sólo me indicó como debía llegar. Me fui donde me llevó el rugby, porque donde quedaba el camino… ¡Sin duda que ya lo conocía!