Desde sus comienzos, el rugby nace como instrumento para disciplinar a los jóvenes ingleses, poco apegados, por aquella época, al cumplimiento de normas y reglas. Así, casi mágicamente, aquel instrumento magnifico que el Rector de la Escuela de Rugby – Thomas Arnold – multiplicó de manera magistral por Colegios y universidades inglesas logró llegar casi indemne hasta nuestros días.
El rugby, desde siempre, ha sido concebido como un instrumento de cambio, como un elemento transformador de la realidad de quienes lo enseñan o practican. El rugby es un deporte formativo y ese valor constituye su elemento distintivo por excelencia, lo cual lo hace absolutamente único en el universo del deporte.
Sin ese valor agregado que lo hace único, sin ese distintivo que lo eleva y enaltece por sobre el resto, el rugby se convertirá indefectiblemente en una disciplina ordinaria, ni más ni menos importante que otras tantas en el universo del deporte. Así, paseará sus bondades y defectos como cualquier otro, generando adeptos y detractores por igual.
Para todos quienes estamos vinculados al rugby desde la cuna, sabemos ciertamente que el rugby es mucho más que un deporte, es por sobre todo un medio para formar y educar a las personas, un instrumento para relacionarnos y un vehículo para evolucionar como personas sociales.
Convivimos a diario en un mundo contaminado, repleto de jóvenes sin rumbo, ni ideales; con individuos carentes de objetivos y sentido de identidad.
Para todo ellos, el rugby puede representar un escape, una suerte de salvavidas para luego comenzar a andar. Puede significar una brújula que guíe y orienta la conducta de los jóvenes en medio de tanto barullo y desorientación.
En tiempos de dudas y turbulencias como las actuales, bien vale una mirada calificada, la de un hombre adelantado a su tiempo. Hace más de dos décadas atrás, el legendario Veco Villegas nos decía: “El rugby es un medio y no un fin en sí mismo; un medio para educar, para relacionarse, para divertirse… El rugby nunca quiso ser la meta final del que lo jugaba, sino el medio mediante el cual el hombre, al mismo tiempo que mejoraba su físico y su mente, mejoraba espiritualmente…”
Sobre el final, anticipaba la batalla más importante que no debíamos ignorar. Al respecto decía: “El rugby vive una de sus más grandes batallas, que es la del propio juego con sus principios y tradiciones contra la presión del medio ambiente exterior…”
Hoy más que nunca el mundo necesita del rugby para producir un cambio.
Conservar esos principios fundacionales que lo hacen distinto y único constituye el punto de partida porque esta claro que un rugby huérfano de valores e ideales no sirve como herramienta transformadora.
Como hombres de rugby, tenemos un verdadero desafío por delante.
Aquella monumental obra iniciada por Thomas Arnold, que logró transformar la realidad educativa de Inglaterra a través del rugby es la que nos pone a prueba casi dos siglos después.
Contamos con un caudal humano inigualable, con una fuerza arrolladora que bien llevada y dirigida es capaz de transformar el mundo.
Tenemos a nuestro alcance un regimiento de hombres disciplinados, laboriosos y sacrificados; un ejercito de hombres de rugby capaces de conquistar sitios y lugares llevando consigo los valores emanados de un mismo credo, que no es otro que el conjunto de reglas y principios filosóficos que constituyen el espíritu del juego.
En efecto, un ejército de más de tres millones de jugadores dispersos en ciento diecisiete países en todo el mundo, espera agazapado poder entrar en acción.
Deseosos e impacientes por difundir su mensaje, intentan y pretenden generar un efecto contagio en todo el mundo.
Aunque parezca alocado, tenemos a nuestro alcance la oportunidad cierta de hacer un mundo mejor.
Tomemos por un momento el ejemplo de Virreyes Rugby Club y su capacidad para modificar y transformar la realidad cotidiana de su gente.
Si tan solo lográramos que ese mensaje fresco y esperanzador se multiplicara por todas partes algo grande estaría gestándose entre nosotros.
Muchos creerán que es un sueño o una verdadera utopía, pero trabajando juntos, bajo las normas y principios del mismo credo, no tengo dudas de que el mundo puede cambiar…
Por Sebastián Perasso