Las lágrimas contagiaban. Y cómo no. La emoción era compartida y eso se respiraba en el ambiente.
El histórico predio de la ruta 18, plagado de ese verde natural que lo caracteriza, ese día cobró una intensidad especial. El verde el sábado fue más verde que nunca en el quincho de Tilcara.
La felicidad se percibía desde temprano, mucho antes del partido. Es que ya era una fiesta y un triunfo jugar una final por el ascenso en el Regional del Litoral. Hubo abrazos anticipados, felicitaciones de propios y allegados por haber arribado a esta instancia. Nervios previos por el desafío que se asumía y una ansiedad difícil de controlar.
Los históricos del club estaban a sus anchas. Con ganas de revivir aquellos grandes festejos de épocas gloriosas que tuvieron su pico en los años ‘70. Los más pequeños, ataviados con el color de la esperanza, inundaban el predio con esa algarabía infantil que contagia y estremece.
Toda la familia verde se convocó en el lugar en un sábado intenso y plácido, y abrió las puertas de par en par para que todos compartan el momento.
Y llegaron muchos. Referentes de todos los clubes de Paraná. Dirigentes de la Unión. Parientes, amigos y amigos de los amigos. Todos a compartir este plácido espacio que se caracterizó siempre por la generosidad de su gente.
Algunos quizás no alcanzaban a comprender el significado profundo del momento. La historia que hay detrás de este ascenso y la dimensión que tiene lo conseguido para un club puro de rugby y de rugby puro.
El tiempo de trabajo aportado por amor a la camiseta. Las horas y horas de entrenamiento en cualquier condición y lugar. El empeño, la pasión, la entrega. Todo se saldó allí. En un momento soñado pero construido.
Por eso las lágrimas. Por eso la emoción intensa. Pero también por la historia y por el futuro. Por lo hecho y lo por hacer.
El logro, no hay dudas, es fiel resultado de un proceso genuino que cobró vuelo y se plasmó con vértigo cuando el fruto mostró su maduración. Y tiene explicación no solo en los que salieron a la cancha. También en los cientos de pequeños de las categorías infantiles. En los numerosos adolescentes de las Juveniles. En la Intermedia y la Pre. En la decena de entrenadores y colaboradores que sostienen a diario una estructura gigante a puro pulmón. En los papás y mamás que brindan su apoyo incondicional. Y en ese puñado de dirigentes acostumbrados a digerir ingratitudes.
Lo conseguido genera un gran desafío. Jugar entre los grandes, con los mejores. Pero tiene respaldo. El ascenso marca un hito en la rica historia de Tilcara aunque también es un mojón que pone la vara más arriba. Pero nada es casualidad.
El pitazo final marcó una hora y un tiempo. Un antes y un después. Fue como despertar de un sueño. Encontrarse con una realidad que parecía increíble. Muchos miraron al cielo. Otros se derrumbaron para besar la tierra que les pertenece. Y se fundieron en abrazos, compartieron lágrimas y festejaron hasta muy tarde en ese hermoso predio que los vio nacer, crecer y formarse.
Cayó la tarde y siguió la celebración por este gran logro que se extiende mucho más allá de los límites del club. Fue una fiesta de Tilcara pero también de todo el rugby entrerriano.
Llegó la noche y el ambiente brillaba con una tonalidad especial. Es que el sábado hasta el cielo se tiñó de verde.
(Foto: Miguel Reyes)